PERSPECTIVAS NO DUALES DE LA PSIQUE

UNA APROXIMACIÓN FENOMENOLÓGICA AL "LOGOS ASTRAL"

 

Conocimiento no dual, conciencia y psique

La incorporación de nociones del pensamiento metafísico oriental como la de advaita (“no dual” en sánscrito) abre nuevas posibilidades al fenómeno humano de la cognición y la identidad subyacente, siendo todo un reto y potente estímulo para el pensamiento filosófico occidental. De hecho abre ampliamente el horizonte intelectual más allá de todo academicismo al uso, puesto que señala, paradójicamente y en contra de lo que pueda pensarse, que la realidad última de toda cognición es no-dual, pues sólo lo no-dual puede ser real en última instancia.

Se presenta esta perspectiva no dual como nueva cuando en verdad se trata de algo esencial y radicalmente ancestral así como presente de un modo u otro, más o menos veladamente, más o menos explícitamente, en el núcleo de toda forma espiritual auténtica, al margen de los condicionantes culturales propios a cada pueblo. En las cimas más altas de las metafísicas tradicionales confluyen sobremanera el taoísmo, el zen, el vedanta, el shivaísmo kashemir, el sufismo o la cábala hebrea, por citar sus expresiones más nítidas. Al adentrarnos en ellas mínimamente en seguida se comprende que superan con creces, en altura, amplitud y profundidad, cualquier elucubración filosófica occidental, por muy sofisticada y pretenciosa que sea ésta, dado que no responden a producto humano alguno. Si el fondo de lo real es intrínsecamente no-dual, la percepción dual no puede ser más que una cuestión de la mente y del conocimiento humano. Por eso sólo desde lo suprahumano o suprarracional (en sentido tradicional “lo revelado”) puede captarse lo Ab-soluto no-dual, de hecho es en su descenso hacia lo humano del modo en que se re-conoce a Sí mismo como tal.

Entre los ejemplos más próximos culturalmente nos podemos remitir al antiguo legado de sabiduría egipcio-hermética y sus escuelas de misterios, recogido por los griegos (Pitágoras, Platón) y el neoplatonismo aunque de modo muy sincrético y contaminado por conceptualizaciones diversas, ajenas a sus fuentes perdidas. Desde el tronco religioso monoteísta y sus expresiones más elevadas, en sentido místico o esotérico, nos encontramos dentro del cristianismo al PseudoDionisio Areopagita y su teología apofática, con la cuestión central de la inefabilidad de lo divino sin Nombre ni atribución “oculto en la tiniebla más que luminosa del silencio”. Y también con Meister Eckhart y el fondo abismal del alma en que una sola esencia infinita confluye, de modo no dual, entre divinidad y criatura, divinidad a su vez escondida detrás del Dios creador: el Deus absconditus más allá del Ser como puro nihil de plenitud. Respecto al judaísmo, claramente es la tradición cabalística la fuente de la que emana todo conocimiento no dual. Lo vemos con Isaac Luria y la doctrina del tsimtsum: el Infinito inmanifestado se contrae misteriosamente en un punto de luz, vibración original que ausentándose a sí misa genera los indefinidos mundos y planos existenciales. Es la misma Esencia divina la que se desdobla como sujeto y objeto simultáneos de su propio acto cognoscitivo, mediante el que contempla su infinitud a través de la finitud de sus formas, en una progresiva contracción sefirótica en la que se rebasa a sí misma en los recipientes autoimpuestos. Y el mismo mundo nos encontramos en el Islam y su espiritualidad, el Sufismo. Todo un Océano de infinitud, de pura Misericordia divina existenciadora, saboreada intensamente desde el Ojo del Corazón, fuente de las luces espirituales y de la certidumbre de toda vivencia no dual. Aquí se encuentran Ibn Arabi y todos maestros de la Unicidad Absoluta de la Existencia (wahdât al wujûd), máxima síntesis de coherencia y radicalidad metafísica al afirmar mediante la negación que no hay nada fuera de la total omnipresencia de Al-lâh, a pesar de que sea precisamente “su Unidad lo que le vela y oculta misteriosamente”.

Pero es propiamente en Oriente donde más clara se muestra la auténtica espiritualidad no dual, al verse sus expresiones formales más depuradas de todo simbolismo y alegoría que requiera una exégesis esotérica de desocultamiento, como frecuentemente sucede en los casos anteriores. Dentro de las corrientes advaita hindúes destaca el Vedanta con maestros clásicos como Shankara o contemporáneos como Ramana Maharshi o Nisargadatta Maharaj. La finalidad es la liberación iluminativa del sueño de Brahman (lo Absoluto), siendo él quien despierta pues sólo él es la inmutable identidad real. Ese sueño es la ilusión de ver como verdadero el devenir fenoménico y sus formas. El misterio de la no dualidad se da tanto entre lo individual (jivatman) y lo universal o Sí mismo (Atman), como entre la divinidad cualificada (Brahma saguna) y la divinidad no cualificada (Brahma nirguna). A su vez desde el Shivaísmo kashemir y sus destacados representantes, tradicionales como Abhinagavupta o contemporáneos como Lakshman Joo, se llega incluso a integrar más profundamente el despliegue no dual de la manifestación, pues es la Suprema Conciencia de Shiva la que asume el divino juego de autolimitarse en formas contractadas de Sí mismo por la potencia desbordante de su Shakti, asumiendo también la ignorancia que supone ocultarse en este proceso de enajenación aparente, de la que se libera a sí mismo en un acto de Reconocimiento no dual . En eso consiste el descenso divino a través de los tattvas o categorías del ser, y su ascenso o reintegración iniciática.

Lo que muestra la visión no dual es que no puede haber dos polos desconexos, al tratarse de una aberración tanto lógica como ontológica: en el elemento mediador que los diferencia está la clave puesto que también los une, siendo así el motor de todo devenir algo de naturaleza triunitaria y nunca dual, pese a las apariencias. En este sentido toma trascendencia el Acto mismo del Conocimiento y del Ser, es decir del Verbo que une el Sujeto y el Objeto. Podemos ilustrarlo con las célebres palabras reveladas en las Upanishads: tat tvam asi, “tú eres eso”. Nos encontramos con la raíz de todo cuestionamiento e interrogante existencial: quién, qué y cómo. Es decir un mismo problema radical -el de la Identidad- expresado en su despliegue: quién conoce, qué conoce y cómo conoce; o lo que es lo mismo el ternario gnóstico Conocedor, Conocido y Acto de conocer.

El verdadero Conocimiento, en sentido metafísico y sagrado, es pura identificación, pues es posible precisamente porque en el sujeto está el objeto y en el objeto el sujeto, existe una correspondencia y equivalencia que permite el reconocimiento mutuo a través de una síntesis superadora de toda dicotomía inicial. Una misma vivencia no dual objetiva los contenidos del sujeto al mismo tiempo que subjetiva los contenidos del objeto, en este acto indivisible que posibilita todo conocimiento. Decantarse hacia un polo u otro es lo que genera las corrientes contrapuestas de pensamiento, tan acentuadas en la modernidad hasta el presente, cuando no enfrentadas en su fanatismo exclusivista. Para esta hipertrofiada lógica dual que ha configurado toda la mentalidad occidental con consecuencias nefastas en el ámbito práctico, es inconcebible que pueda existir una lógica no-dual, pues en su misma dialéctica dual considera irracional, fantasioso o supersticioso todo que se le escapa, sin ver que es desde la no-dualidad desde la que puede vislumbrarse un logos impecable e incuestionable, sin fisuras.

Desde la visión de la metafísica perenne lo que llamamos psique humana o “yo individual-mental” (incluidas también las facultades memorísticas, imaginativas e inconscientes) es un reflejo velado del Yo Absoluto divino, un yo apropiador de experiencias que eclipsa la verdadera identidad. Es decir, el error de la mente empírica al apropiarse la idea de “yo” usurpando así al único sujeto posible, la Conciencia Testigo de todo acontecer. Su tipo de cognición es secuencial y acumulativo, siendo su facultad la razón analítica y discursiva, frente a la gnosis no dual, en tanto acto intuitivo de síntesis total expresado en códigos suprarracionales. 

Se ha forjado así una falso yo, como constructo mental, una pseudoidentidad contingente e inestable que se identifica con los contenidos objetivos en lugar de con el continente meta-psíquico, infinitamente abierto. Esta mente interpuesta, al creerse autónoma (como muestra toda filosofía desde Descartes) rompe el vínculo con el Ser, no de modo esencial puesto que esto es imposible, sino de modo perceptual, concibiendo lo Real falsamente como estanco y fraccionado.

Puesto que toda problemática gnoseológica se reduce así al problema de la Identidad subyacente, se debe operar un cambio de perspectiva en el foco de la conciencia, que capte la percepción no dual de la aparente dualidad, experiencia que no puede pertenecer al sujeto individual contingente aunque se vehicule a través de él. El experimentador puro, por su misma universalidad, no puede ser el yo individual, aunque al ser también inmanente y concreto, tampoco puede quedar en un mero concepto abstracto. La verdadera identidad es invariable y universal, no pasajera ni particular, y esto zanja y desenmascara todos esquemas psicologistas como parches y muletas provisionales. Si sólo un agente asume todo acto en tanto Conocedor último, Sujeto divino que no puede ser objeto de ningún conocimiento, sólo puede haber entonces múltiples objetos de su presenciación, siendo lo que llamamos psique un contenido finito más en este continente infinito de la Suprema Conciencia.

El continuum de esta Conciencia no dual supera cualquier condicionante espacio-temporal-categorial mediante una plena toma de autoconsciencia, un desvelamiento o intuición súbita, de la realidad más inmanente y presente, y no ya abstracta y escindida en compartimentos estancos. Esta aprehensión directa del Ser en acto no es de un sujeto particular que lo capte sino de Él mismo sobre sí mismo: de aquí que la psique humana pase a ser un mero instrumento plástico (el mercurio alquímico), en tanto objeto fluido de la presenciación del Testigo supremo y no ya un pseudosujeto cosificado deseoso de capturar contendidos insaciablemente.

 

 

El “logos astral” como expresión dual no-dual de todo aparecer

Desde la radicalidad gnóstica asumida en este trabajo, todo este universo o ser no es entonces algo externo o sobreañadido a un sujeto particular (mental) sino que es un mismo Agente trascendente abriéndose y objetivándose en multitud de formas fenoménicas sin salir nunca de Sí ni perder su esencia no dual. Y aún más, entre la conciencia manifestada en el hombre (su interioridad) y esta totalidad que lo traspasa (que llamamos exterioridad) no hay separación alguna real.

Las implicaciones de lo expuesto suponen un replanteamiento total de la visión común hacia los antiguos saberes herméticos, cifrados en lenguajes simbólico-esotéricos, como la astrología, la alquimia o la cábala, puesto que reconducen toda gnoseología a la gnosis original. Desde la No-dualidad entre lo de arriba y lo de abajo, lo de dentro y lo de fuera, se vislumbra la funcionalidad (“intuitiva” en sentido supra-racional) de estas ciencias sagradas fundadas en la noción de “analogía universal” y “correspondencia” entre órdenes de realidad isomórficos.

La “Astro-logía” es el saber milenario por excelencia y conviene acercarse a su episteme en sentido fenomenológico, principalmente más allá de los prejuicios y ataques de un método científico moderno, cuantitativo y no ya cualitativo, al que se le escapa por tanto la dimensión del Anima Mundi. A este respecto baste mencionar la incongruencia de esta ciencia moderna que desemboca paradójicamente en el azar como sustrato último y sostén de toda “causalidad” sobre la que se funda; además de la aberración fácilmente intuida (para toda “conciencia”) de que la materia burda produzca la consciencia y no viceversa. Pero prevalecen sus impecables constructos de racionalidad edificados sobre las bases más irracionales, totalmente dogmáticas e incuestionables, y la mayoría de los casos sin ni siquiera evidencias empíricas pese a lo que comúnmente se piensa, puesto que sistemáticamente las pruebas incómodas y los investigadores disidentes son silenciados. Fácilmente se puede desenmascarar así gran parte de su maquinaria como convenciones institucionalizadas al servicio de intereses nada científicos precisamente.

Es sabido que la astrología, materia que se estudió en las universidades durante mucho tiempo, siempre fue respetada cuando no practicada incluso entre los más importantes padres de la ciencia moderna, como Galileo, Brahe, Kepler, Newton; y que su ocultación y marginación ocurrió en el siglo de la Ilustración con esa pretenciosa mayoría de edad del hombre europeo y su fe ciega en el progreso mediante la razón, inercia sobre la cual todavía permanecemos inmersos a pesar de las grietas postmodernas.

De lo que se trata a fin de cuentas es de que el Universo está dentro de la Conciencia y no fuera, y sólo la mente lo percibe como algo “objetivo” externo a ella, de ahí la incomprensión total hacia la veracidad de la astrología desde ella. En la pantalla de la Conciencia todo es evidente: la manifestación “objetiva” desfila en un baile espiral de formas varias, en el despliegue espacio-temporal que la posibilita, y es subjetivada en la mente humana con la misma impronta cíclica, al estar contenida en ella. Por lo tanto nos encontramos así con la ciencia que nos habla de todo aparecer: primero del mundo a la mente y luego de la mente a la Conciencia. Es decir la constatación de los ritmos y frecuencias universales de la manifestación y su dinámica, ya los acotemos en tanto cosmos o en tanto psiquismo.  

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 Y todo aparecer inicial es Maya, esa magia o arte demiúrgico que entreteje imágenes y genera el mundo de las formas, imaginal, ilusorio, de una aparente multiplicidad desconexa entre sus partes aisladas. Realmente no se trata de ningún sustrato ontológico sobreimpuesto sino de una cuestión de ignorancia, de la falsa percepción dual de lo que no lo es en esencia. Por eso al hablar de Maya se puede hacer referencia al universo, la manifestación, el devenir, los individuos, etc., pero principalmente de lo que se trata es de la propia mente, que viene a ser su producto.

Como se ha dicho, la apertura del Ser en este despliegue fenoménico no es caótica sino cósmica, es decir, con un orden muy preciso de acuerdo a las limitaciones principalmente espacio-temporales que asume para poder cristalizar en formas definidas que permitan potencialmente reflejar su esencia no dual. Realmente adopta una Vibración que es propagada en todos sus estratos de forma cíclica y espiral, quedando así el devenir modulado de acuerdo a un orden regido por principios numéricos universales, tal y como señalaron los pitagóricos con su música de las esferas. Por lo tanto la Rueda samsárica de la Vida (el Zodíaco y los ciclos planetarios), objeto de la astrología, es la estructura ritmada de esta red de Maya que permite traducir todo desplazamiento espacial externo como tiempo interno, y viceversa, pues la aprehensión temporal no es más que un desplazamiento secuencial dentro de un espacio mental. 

La importancia por tanto reside en la noción de “ciclo”, es decir, esa “circularidad” que se abre y se cierra, despliega y repliega, en una fase creciente y otra menguante, en tanto polarización que oscila en su baile en torno a una referencia axial. Esta expresión que toma todo aparecer recrea de modo aparentemente dual lo no dual, al tomar la forma cíclica como la más perfecta posible, al decir de Platón “imitación” de lo inmutable arquetípico que acaba por manifestarse como ovoide, espiral y elipse. Todo ciclo no sería más que una aplicación espacio-temporal de principios puros como los que muestran los números en sentido sagrado, de ahí que ritmen armónicamente toda secuencia y sucesión.

Entrando en aspectos más técnicos, observamos que los doce signos zodiacales resultan de la combinación de una incidencia ternaria dinámica (los tres modos de movimiento: cardinal, fijo y mutable) sobre una cuaternaria elemental (los cuatro principios materiales: fuego, aire, agua y tierra). Es decir el producto de un aspecto activo-celeste sobre uno pasivo-terrestre, cosa que también podemos reconocer en los Signos mismo puestos en relación con las Casas terrestres, siendo el Hombre quien vehicula las funciones planetarias (los flujos verticales de ascenso y descenso que interconectan las dos dimensiones resaltadas). De hecho son los siete planetas tradicionales - dos luminares (espirituales) y cinco restantes (humanos)- los que vertebran a su vez en su despliegue polarizado los doce signos zodiacales, tomando cada uno una regencia positiva o negativa, masculina o femenina, estructura simétrica fundamental para comprender el edificio simbólico de la astrología.

La ciencia o protociencia original, milenaria y presente de un modo u otro en todas civilizaciones, representa una complejidad creciente de este juego de polaridades llevadas virtuosamente hasta lo más concreto, factual e individual, pero desde códigos simbólicos, es decir, reconduciendo siempre toda dualidad a la unidad trascendente que la genera. Tenemos así los destellos en distintos órdenes de una misma forma primordial de operar la manifestación cósmica del Ser: dual no-dual. Se trata de un despliegue jerárquico que, dentro de una indefinida variabilidad formal, reafirma la unidad aún más si cabe.

 

 

La intuición astrológica como aprehensión fenomenológica

Ni las filosofías trascendentalistas del Ser Inmutable, parmenídeas, que excluyen todo devenir-vida, ni las visiones postmodernas con su alergia a lo Absoluto y sus nuevas formas de relativismo y perspectivismo, pueden aportar nada significativo al “hecho astrológico”. Desde las corrientes vitalistas postnietzscheanas está claro que todo enfoque con pretensión de sistema acaba matando la vida, de ahí el desarrollo del intuicionismo contemporáneo, pero claramente es la fenomenología la más depurada de todo historicismo, evolucionismo, biologicismo, etc., que nos puede sugerir una percepción sistémica que no sistemática, y no ya sólo orgánica y viva frente a las estancas y dogmáticas sino sobre todo vivencial y experiencial.

De ahí la necesidad de abordarla estrictamente desde dentro, desde la vivencia no dual de su operatividad. Y tal vez sea desde un método fenomenológico como más se ajuste este abordaje si queremos partir del pensamiento occidental, pues como sostiene Guinard, la astrología no necesita hechos sino conceptos, siendo por tanto antes la filosofía que la ciencia quien debería dar cuenta de ella, hasta atreverse a afirmar que “la astrología es verdaderamente esa psicología o ‘fenomenología trascendental’ anunciada y formalizada por Husserl”.

El método fenomenológico puede abrirse así a unos desarrollos ya no sólo epistémicos o estéticos sino gnósticos, por el hecho de centrar la atención en al acto puro de la conciencia, como nexo entre lo subjetivo y lo objetivo, entre lo interno y lo externo. De hecho, su reducción trascendental que pretende desnudar la conciencia hasta su pureza recuerda a la metodología iniciática del neti neti del advaita hindú (tú no eres tu cuerpo, ni tus emociones, ni tus pensamientos, ni el aliento vital, ni la autoidentidad construida, etc.).

De hecho es la compresión intuitiva de todo símbolo, en tanto síntesis de correspondencias, lo que permite la captación de la no dualidad de fondo que mantiene la indivisibilidad de los dos polos manifestados. Y lo que queda como dato inmediato a la conciencia, previo a juicio alguno, es la polaridad arquetípica esencial simbolizada por las Luminarias de nuestro orden sistémico propio, es decir la pulsión vibratoria Sol-Luna que representa las funciones centrales de la conciencia humana. El día y la noche, la vigilia y el sueño, la simetría corporal (derecha-izquierda, ventral-dorsal, ascenso-descenso de las corrientes energéticas o nadis), la respiración, el ritmo cardíaco, etc., pero también energía-forma, voluntad-entendimiento, consciencia-inconsciencia; todo ello expresión de una misma Luz, directa o refleja, en la dimensión propiamente humana, ya que fuera del punto de vista geocéntrico desaparece. Se percibe así como certeza la conexión no dual de todo aparecer (cíclico) en su simultaneidad, pues sólo es cierta la sensación de presente, presencia y presenciación de estas realidades en la conciencia.

Puesto que la buscada “estructura universal” de la corriente de vivencias permanece indisociable de la temporalidad, es esta inmanencia interna la que garantiza la síntesis unitaria de la conciencia. El mismo Husserl afirma: “La forma fundamental de esta síntesis universal, que hace posible todas las restantes síntesis de la conciencia, es la conciencia interna del tiempo, que lo abarca todo”. Meditaciones cartesianas (II.18). Precisamente determina los variados modos de conciencia, noéticos o noemáticos, lógicos u ontológicos, en tanto forma universal de toda génesis identitaria, posibilitando en última instancia una “psicología pura eidética” referida propiamente al alma. ¿Y en qué consiste precisamente la vivencia del “hecho astrológico”, de la realidad temporal cíclica que religa la experiencia empírica con la intuición eidética de arquetipos, de las esencias-eidos que marcan el zodiaco y planetas, ritmos universales tanto externos como internos que configuran todo este “logos astral” también llamado Anima Mundi o “animal divino” del Zodiacos?

Por su parte Raymond Abellio, partiendo de los presupuestos fenomenológicos de Husserl, intentó llegar a una “estructura absoluta de interdependencia universal” inclusiva de las ciencias sagradas, que abriera el Yo trascendental a las dimensiones gnósticas tradicionales. Este modelo universal, humano y cósmico, queda simbolizado según él por una Esfera senaria basada no en la dualidad de la relación sino en la cuaternidad de la proporción, que supere en sus coordenadas la dialéctica horizontal entre sujeto y objeto, y la vertical entre materia y espíritu. Así como el modo de visión de la conciencia empírica es la percepción de relaciones y su función es abrir el espacio mediante la amplitud cuantitativa de sus ciencias positivas, el modo de visión de la Conciencia trascendental percibe proporciones y su función es abolir el tiempo mediante la intensidad reintegrativa hacia la plenitud. Tenemos así el paso de una relación horizontal, proyectiva y secuencial, a una proporción vertical, real y simultánea.

Puesto que la proporción toma un carácter circular en su despliegue diacrónico, la astrología se convierte en una expresión de primer orden de esta interdependencia universal, y no sólo como saber cíclico sino como saber del nacimiento (e iniciático). De hecho entre la oscilación e inversión entre lo interno y lo externo, entre yo y mundo, en el nacimiento nos exteriorizamos a este mundo interiorizando la disposición cósmica presente. La génesis del yo psíquico queda claramente simbolizada por la Luna mientras que la iluminación o segundo nacimiento al Yo trascendental por el Sol. En este juego de todo aparecer que “tensa” dos polos, el repliegue iniciático emerge cuando la “intensión” de la conciencia revierte la “extensión” de la manifestación cósmica. De ahí que lo que nos propone la vivencia astrológica en tanto ciencia sagrada sea la superación de toda multiplicidad a través de la intensificación de la conciencia, primero mediante la integración experiencial del sistema solar planetario, y segundo por la apertura al nivel galáctico, respectivos dominios de los Misterios Menores y Misterios Mayores eleusinos del esoterismo tradicional.

Así, este método de aprehensión trascendental que consiste en intuir proporciones armónicas cada vez más integrativas toma tierra fértil con la astrología, hecho que podría ser toda una piedra angular en la aspiración del método fenomenológico de hacer una ciencia estricta de la filosofía, o al menos digno de tenerse en cuenta. Está claro que la comprensión astrológica supone un gran reto, no sólo a nivel ontológico y epistemológico por aunar lo subjetivo y lo objetivo en una misma vivencia, sino en términos generales por aunar intuición y racionalidad, arte y ciencia, filosofía y poesía, mito y logos. De hecho la inmersión plena en su universo supone un gran esfuerzo de no dualidad al integrar el hemisferio cerebral izquierdo con el derecho, lo particular y secuencial con lo global y simultáneo, las matemáticas y la poesía en un mismo lenguaje, como se ha afirmado: “la astrología nos ofrece una manera única de hablar sobre el mundo, en la que existen las matemáticas y la poesía. Su riqueza y su complejidad despliegan las posibilidades del lenguaje en alternativas que ninguna otra forma de pensamiento – ningún otro juego del lenguaje [en el sentido wittgensteiniano de ‘forma de vida’] – parece igualar”.

En un sentido análogo es imprescindible resaltar por si no ha quedado claro que la mente no es la conciencia pura sino la contaminada y filtrada, confusión inherente al pensamiento occidental. La conciencia sólo puede ser universal mientras que la mente sólo puede ser individual, siendo que realmente ésta última no es más que un modo más de conciencia pero con una percepción velada por la ignorancia dual y separativa. Esta mente no puede comprenderse a sí misma y toda autorreflexión desde sí es realmente una esquizofrenia permanente irresoluble, a no ser que llegue a los confines de la paradoja y se deslice sutilmente hacia la Inmensidad que la acorrala por todos costados dejándola en evidencia. Si la mente es como una habitación, el simple hecho de depurarla, aunque necesario, no le hace dejar de ser habitación, mientras que la conciencia es el espacio mismo en el que se encuentra pero que no puede capturarse al no tener forma ni captarse al no ser visible, de ahí la necesidad de un auténtico salto perceptivo.

Esta visión ni es solipsista, ya que la conciencia no está encerrada y limitada a lo individual, ni tampoco panteísta, ya que no está lo divino en el mundo sino el mundo en lo divino, la inmanencia reposa en la infinitud de la trascendencia del mismo modo que el cuerpo es un epifenómeno de la conciencia, su apéndice y no su causa. Todo se manifiesta de dentro a afuera y de lo superior a lo inferior, exactamente lo inverso que predica el materialismo y el evolucionismo occidentales. La conciencia se “densifica” a sí misma, su vibración deja de ser sutil, translúcida, y se contracta en formas opacas. Esta Luz espiritual se coagula a nivel celeste en el Sol y a nivel terrestre en el Oro, confluyendo en términos humanos en el Corazón, núcleo de toda realidad y caverna iniciática de los misterios de la no dualidad.

Al parar la corriente y flujo de pensamientos, la conciencia recupera su estado natural y aflora sin esfuerzo la pura contemplación que supera la dualidad sujeto-objeto y por tanto todo conocimiento posible. Porque a fin de cuentas: ¿cómo se conoce al Testigo último de la realidad, si el fondo de la Conciencia no dual es una vivencia sin objeto, más allá de toda intencionalidad y por tanto más allá de los esquemas de toda fenomenología? Lo secuencial es replegado en su simultaneidad y se apercibe todo acontecer desde su fondo abismal, toda forma desde la no-forma que la posibilita, comprensión que testifica todo suceso como un posicionamiento fugaz dentro del Sí mismo.

Sólo hay un eterno nacimiento constantemente renovado de una misma Conciencia manifestándose a sí misma en su propia pantalla existencial llamada Universo, en la danza dual no dual del devenir cíclico. Y puesto que la finita delimitación espacio-temporal que asume en este juego expresivo es intrínseca y sin dejar de ser ella misma, sólo hay Libertad suprema (svâtantrya), no dual, entre lo experimentado y el experimentador, ya que al estar más allá de todo nombre y toda forma puede tomar cualquier nombre y cualquier forma sin restricción alguna. Si no hay realidad alguna posible fuera de ella todo se reduce a este poder exuberante que todo lo inunda y del que es imposible escapar, a pesar del vértigo de las irreales individualidades. Nada puede aproximarse a tal Plenitud rebosante, a tal Océano sin orillas de infinita serenidad, a la fuente incesante de la Eseidad cuando toma Conciencia de sí saboreando su propio Gozo supremo (sat-chit-ananda).

 

* Extractos del artículo publicado en la Revista de Filosofía Mindán Manero nº 10 "Mente y cognición: perspectivas actuales". Universidad de Zaragoza. 2015

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